Pérdida de Una Matriarca

5/8/20252 min leer

El Salvador: un país desconocido tras 45 años

Tras 45 años viviendo en Estados Unidos, nos arrebataron a mi madre. Su vida, construida durante casi medio siglo en un país al que había llegado a llamar hogar, se hizo añicos en un instante. Era madre, abuela, un pilar de nuestra familia; lo dio todo por nosotros. Y ahora, en un momento de fría burocracia, nos la arrebataron.

La mañana que se la llevaron, no hubo ninguna advertencia. Había vivido su vida como tantas otras: trabajando incansablemente para mantener a sus hijos y nietos, cuidándonos cuando enfermábamos, apoyándonos en nuestros momentos más difíciles. Pero nada de eso importó cuando vinieron por ella.

Se vio obligada a dejarlo todo atrás: su hogar, su comunidad, la familia que ayudó a criar. Sus hijos y nietos siguen aquí, devastados. Nunca pensamos que viviríamos en un mundo donde no pudiéramos simplemente levantar el teléfono y escuchar su voz, o reunirnos en la mesa de su cocina para cenar en familia. Nos la arrebataron sin que supiéramos lo profundo que sería el dolor.

Una extraña en su tierra natal

Tras la deportación, nos enteramos de que la habían enviado a El Salvador, un país que no había visto en 45 años. Su tierra natal era ahora un lugar extraño, muy diferente de la vida que había construido. Dejó atrás a sus hijos, a sus nietos y a la pequeña comunidad que se había convertido en su familia.

Al llegar, se sentía perdida. El idioma, la cultura, la gente; todo había cambiado, aunque se suponía que era su "hogar". Era una extraña en una tierra que apenas conocía, una mujer sin el apoyo que había construido durante años. ¿Cómo podía un país que una vez sintió como su hogar parecerle ahora tan lejano? ¿Cómo podíamos nosotros, sus hijos, quedarnos de brazos cruzados mientras la dejaban sola para navegar por este nuevo mundo?

En Estados Unidos, había vivido una vida plena, llena de amor y sacrificio. Pero en El Salvador, era solo una deportada más, alguien que no pertenecía. Mi madre solo se quedó con los recuerdos de una época en la que sus hijos eran pequeños, cuando sus nietos eran pequeños, cuando podía abrazarlos.

La esperanza de un reencuentro

Su corazón nos duele, y el nuestro, por ella. Nuestra familia está dispersa, rota, dividida por fronteras. Vive en un lugar que le resulta extraño, pero lo más doloroso es saber que sus hijos y nietos siguen en Estados Unidos, luchando sin ella. Nos quedamos para reconstruir nuestras vidas, ahora incompletas, mientras ella espera regresar al país que creía que nunca tendría que abandonar.